La mente está constantemente preparada para detectar cualquier amenaza. Es como si estuviera en un estado de vigilia pendiente de peligros al acecho. Esto nos permite reaccionar de forma automática ante estos peligros (Öhman & Mineka, 2001).
Estas señales de peligro van directamente desde el tálamo (donde el cerebro recibe la información sensorial del exterior) hasta la amígdala por una vía rápida neural, y así poder mandar órdenes para avisar al neocórtex, el cual activa el sistema nervioso y las distintas reacciones psicofisiológicas como la tensión muscular, temblores o el aceleramiento de los latidos del corazón (Goleman, 2009; LeDoux, 2000).
De hecho, la amígdala es como un pequeño disco duro: recuerda situaciones anteriores para que el cuerpo pueda reaccionar de la misma forma inconscientemente (LeDoux, 2000). Por eso, emociones como la ira y el miedo activan circuitos relacionados con el cerebro límbico emocional y provocan reacciones involuntarias inmediatas en el organismo, a diferencia de otras como la felicidad.
La implicación de ciertas zonas cerebrales típicas del miedo (Panksepp, 1990), como el área prelímpica (PL), el córtex del cíngulo anterior (CCA), el hipotálamo y la amígdala, pueden provocar los siguientes comportamientos:
- Reacciones defensivas
- Congelación
- Retirada