La agresividad puede ser estudiada des de muchos puntos de vista como la psicología, la biología, la etología o la endocrinología, entre otros (Pinel, 2001). Una de las tendencias actuales para estudiar el comportamiento es la psicobiología, la cual se define como el estudio de la relación existente entre la función cerebral y el comportamiento (Gil Verona et al., 2002).
Des de un punto de vista de la psicobiología, la agresividad se activa en unas zonas específicas del cerebro, diferentes a la de otras funciones cerebrales, como por ejemplo la memoria. El cerebro límbico es donde tienen lugar las emociones primarias, concretamente en las estructuras subcorticales del hipotálamo, el tronco del encéfalo y la amígdala. Las respuestas agresivas activan la zona mesolímbica y la corteza prefrontal.
Además de la localización cerebral, existen hormonas y neurotransmisores relacionados con la agresividad como la ausencia de serotonina (5-HT1B) (Kandel, Schwartz y Jessel, 2001) o el aumento de testosterona (Sanchez-Martin, 2000), aunque su correlación es todavía objeto de discusión científica.